Experiencia

A lo largo de más de veinte años de creación y práctica musical en diferentes ámbitos relacionados con la música aplicada, el teatro, el audiovisual, la danza y la música sinfónica, he tenido la suerte de adquirir una considerable experiencia en grabación, dirección, arreglos, mezclas y edición de música en estudio.

La práctica de la dirección de diferentes formaciones instrumentales –banda, orquesta y grupos de cámara- me ha ofrecido además la posibilidad de trabajar con solistas y grupos instrumentales no convencionales, como es el caso de la percusión, instrumentos étnicos e instrumentos antiguos.

Esta misma actividad me ha permitido realizar estrenos –fundamentalmente para cuarteto de percusión, instrumentos de viento y voz- de compositores españoles y extranjeros, a nivel nacional, europeo e incluso estrenos absolutos.

Por último, en el campo de la docencia, además de la práctica común también esta presente la formación del profesorado mediante cursos para el profesorado.




 

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L'oboè barroc (2011)

Aquest matí he trobat a un bon amic oboísta assajant amb el seu darrer oboè: un magnífic oboè barroc. Venia a passar els dies de Nadal amb la seua família i els seus amics. En un primer cop d'ull l'oboè m'ha captivat pel seu atractiu i desconegut -al menys per mi- aspecte: lleuger, d'un color de fusta bonic, equilibrat, amb una presencia de metall mínima... M'ha recordat lleugerament a la meua flauta dolça de fusta... Però en oferir-lo de nou al meu amic i poder sentir els seus sons, la calidesa del seu timbre, la dolça expressiu dels seus aguts sense estridències, la qualitat del so més densa i complexa, m'ha creuat el cap un pensament: l'evolució dels instruments és similar a la del ser humà. S'ha parlat molt de les millores introduïdes en els instruments, però el que sembla ben clar es que tot allò que hem guanyat en possibilitats ho hem perdut en expressivitat.

Potser siga perquè és Nadal, però no he pogut deixar de pensar que és una llàstima que siga així i que tinguem que perdre el gust de fer be les coses pel sol plaer de fer-ne’n més. No es tracta a vegades de poder tenir més possibilitats, sinó de acomplir al cent per cent les que tenim. És qüestionable el fet que per ampliar les nostres opcions, les nostres possibilitats d’expansió, per poder abastir més i més coses, la qualitat baixe tant. I per això el meu amic i jo hem pensat en la involució dels instruments musicals... i de l’ésser humà. Però potser siga perquè és Nadal.



No es fácil hablar... (2010)

No es fácil hablar de lo que se conoce como música contemporánea. Lo sé muy bien porque desde hace un tiempo comparto muchas de las experiencias de la Orquesta del Auditorio de Zaragoza y su director titular, que como sabemos todos, llevan a cargo una labor de difusión de la música del siglo XX, ininterrumpida desde hace ya quince años. Tuve además el privilegio de hablar de este programa en concreto en el foro de la Universidad de Zaragoza, de realizar las notas al programa y de dejar paso a un escrito del propio compositor en mis comentarios a la obra de Olives. No es fácil hablar de lo que se conoce como música contemporánea, pero no puedo dejar pasar la oportunidad que me brinda este medio para intentar aportar algunas ideas, en concreto sobre la obra de Olives en la que nos muestra su faceta de compositor.

Las Variaciones sobre un tema de Alban Berg no pueden calificarse en ningún caso como un “ejercicio estilístico”. Como por otra parte no puede calificarse de esa forma ninguna de las variaciones –y su número es ciertamente notable– que podemos encontrar en la historia de la música. Hay mucho de prejuicio encubierto en ello –demasiado presente por otra parte en los escritos sobre la creación musical del s.XX– y mucho de no querer acercarse a la música sin más pretensiones que “simplemente” escucharla. De ello nos habla justamente el compositor al final de su comentario cuando concluye “Además estoy convencido de que las, por otra parte, imposibles similitudes con Berg quedarán sin duda disipadas en una escucha tanto atenta como desprejuiciada, en un sentido u otro, de la obra”. Por otra parte, sólo podría calificarse así un ejercicio “de conservatorio”, cuyo objetivo íntimo es la superación satisfactoria de alguna asignatura de la titulación. No es este el caso, ni mucho menos. Y ahí precisamente podemos situar con claridad otro de los prejuicios encubiertos: tendemos a mirar con recelo –a veces directamente a rechazar– lo menos conocido, aquello que no es habitual en la labor de un profesional, su trabajo menos público. Es decir, realizamos demasiado fácilmente un juicio sumarísimo a priori sobre aquello que consideramos no contrastado… pero sin darle ni siquiera una oportunidad para la defensa: la sentencia condenatoria está ya firmada de antemano. De igual modo, el siglo XX y sus características concretas, no ayudan precisamente al conocimiento global del hecho musical y sus variadas y complejas manifestaciones, imprescindible por otra parte para valorar en su justa medida obras como las que presentaba Olives.

Nadie ve a Haydn en las variaciones de Brahms, ni a Frank Bridge en Britten, ni siquiera al editor vienés Diabelli en las famosas variaciones de Beethoven… tal vez simplemente por desconocimiento. Y por supuesto nadie se atrevería a calificar sus trabajos como ejercicios de estilo. De igual manera nadie pondría en duda su notable aportación a la música, transcendiendo el propio préstamo temático. Para quien escucha, el valor de la obra está generalmente por encima de préstamos, influencias, inspiración, estilos o modas. Pero con un autor como Berg es otra cosa, claro. Ya intuye nuestro compositor la inexorable aparición en escena de esa diferencia y por eso se apresura a matizar en su comentario: “En ningún momento me preocupó no parecerme a Berg, pero tampoco lo contrario (como tampoco me preocupó alumbrar la novedad dentro de una obra irremediablemente nueva). Si hay identificación, si se percibe, esta se produjo –o tal vez se produzca aún al escuchar la obra- por encima o más allá de los recursos técnicos de la composición. Sería, en cualquier caso, fruto de una identificación previa; aquella que me procuró entonces la mejor argumentación musical, el mejor referente con el que poder responder a los impulsos de una necesidad expresiva -con toda la carga de contenido que este concepto tan manoseado implica”.

No puede estar más claro, meridianamente claro diría yo, y quizá por esta misma razón, incómodamente claro. Aquello que justifica la elección de la forma tema y variaciones por parte del compositor, una forma clásica, característica y particular como pocas, está también implícito en el texto. Lo único que hay de Berg, realmente, es el tema –la idea inicial– de dos compases expuestos por los violines primeros al iniciarse la obra, ni siquiera los dos compases enteros, ya que la entrada de las violas se produce solamente tres sonidos después. Por tanto, estamos delante de una obra con una estructura y un contenido tan coherente y meditado –y a la vez tan fresco, natural e intuitivo– como esa argumentación musical y ese referente del que nos habla Olives. Pero curiosamente, y según parece a juzgar por los comentarios, produce el que podríamos denominar como “efecto contrario” para quien tiene que hacer una valoración o crítica de la obra. El vals, la forma que toma la VI de las variaciones, aparece ante el comentarista como una nota “exótica” y de mero colorido –se la califica de “instante atrayente” o de “vals embriagador, delicioso”– cuando su presencia no obedece en esencia a ello. Más bien todo lo contrario, se trata de una presencia meditada y, como no puede ser de otra forma, justificada desde la génesis de la composición. El vals tiene una presencia notable en la producción de la denominada como Escuela de Viena. Pero es que además, es una presencia estimada, valorada y (re)querida por unos compositores que valoraban y salvaguardaban –y de qué manera!– la gran tradición vienesa, porque la entendían como patrimonio propio y de la que se consideraban afortunados herederos. Esa es la razón íntima de su elección para ser incluida en una obra que es un todo homogéneo donde los vínculos Berg-Vals-tradición austríaca-formas clásicas (giga, chacona, etc.) están presentes por lo que suponen del “mejor referente expresivo” al que se refería nuestro compositor y por supuesto, como muestra del profundo respeto hacia esa tradición de quien la conoce y la valora.

Pero si hay algo que no puede admitirse de ninguna manera, es precisamente afirmar que la obra no “añade nada al mensaje del autor primero”. Resulta ciertamente ofensivo o al menos muy cercano a ello –aunque se quiera maquillar con comentarios de sarcástica ironía o falsa comprensión en afirmaciones como “la opción es libre, comprendemos que hay cosas que marean”–, presentar la obra como el trabajo de un autor que no quiere pisar “suelos movedizos”. Eso pensando en el mejor de los casos o, lo que sería aún peor, afirmar directamente que no tiene capacidad para ello porque le produce “mareo”. Nada más lejos de la realidad en todo ello. El riesgo está precisamente implícito en la propia opción a la hora de componer, en utilizar un tema de Berg para acometer la composición de un Tema y variaciones en 1981. Es justamente una muestra de valentía, de enorme responsabilidad y de sincero compromiso por parte de Olives, amén de una aportación evidente. Ni el tratamiento instrumental, ni la articulación, ni la propia escritura (extremadamente cuidada y detallista), ni el tratamiento rítmico (la utilización de los compases en la primera variación) aparecen en Berg como lo hacen aquí. El conocimiento de esos “suelos movedizos” es más que notable y la capacidad para concebir una obra de extraordinaria sensibilidad, belleza y factura está fuera de toda duda. Olives es un director fuera de lo común, pero aunque mucho menos pródigo, también lo es en su faceta de compositor, porque en el fondo, lo es como músico en todas aquellas parcelas a las que dedica su tiempo. No estamos, por tanto, delante de un “ejercicio” ingenioso de composición estilística a cargo de un director que también se ha formado como compositor en Viena, sino de un trabajo compositivo de primer orden. Una composición que solo necesitaba –como pedía Olives– una escucha “atenta y desprejuiciada”, cuestión que al parecer es complicada en estos casos.

No es fácil hablar de lo que se conoce como música contemporánea…o quizá deberíamos decir, simple, llana y responsablemente, que no es fácil hablar.



En defensa de la música (2009)

Una reflexión sobre la interpretación de la música en la actualidad con el XXIII Festival de Música de Alicante (septiembre 2007) y la actuación de la Orquesta de Cámara del Auditorio de Zaragoza “Grupo Enigma” con su titular Juan José Olives como telón de fondo. (01.10.2007).

Según aparece en el diario Información del domingo 30 de septiembre, el XXIII Festival de Música de Alicante acabó con un balance positivo, con mayor y más regular asistencia de público que en otras ediciones y con una propuesta, la de la música oriental, que ha convencido. Las palabras y valoraciones respecto a la vocación de continuidad del festival, junto al agradecimiento a las instituciones públicas por parte del director del mismo Jorge Fernández Guerra, no ocultan sin embargo que un festival de esta magnitud necesita apoyos públicos serios y un mayor número de instituciones implicadas.

El Festival de Alicante, con sus veintitrés ediciones, es ya un referente indiscutible para la música del siglo XX y como todos los referentes es necesario, aunque sólo sea para tomar el pulso musical de nuestro país. Leyendo el artículo del domingo y reflexionando sobre cuestiones estrictamente musicales y otras asociadas al hecho musical –meditadas largamente por otra parte– pensaba en la tantas veces cuestionada necesidad de la música, en su fragilidad y vulnerabilidad. Su efímero existir es muchas veces motivo más que suficiente para marginarla, minimizarla o en el peor de los casos, para eliminarla de forma fría y calculada. Todos hemos podido comprobar en alguna ocasión –muy especialmente los músicos– que en diferentes ámbitos de nuestra sociedad, algunos fundamentales como la gestión cultural o la educación, la presencia de la música es a veces “molesta” y su permanencia o ubicación, incómoda. No son buenos tiempos para la música.

No obstante, aunque lamentablemente la situación no es ni mucho menos saludable, podemos encontrar propuestas tan inteligentes, serias y sinceras como la del concierto del jueves 27 –al que tuve el privilegio de asistir– a cargo de la Orquesta de Cámara del Auditorio de Zaragoza “Grupo Enigma” con su titular Juan José Olives. La estupenda crítica aparecida dos días después en el diario ya citado, a cargo de David Garrido, ilustra perfectamente la “brillante actuación” del conjunto, su “bien planteado” concierto y su “talante musical” además de la calidad indiscutible de los solistas que realizaron los dos estrenos. Las composiciones y sus creadores también están ampliamente reflejados en dicha crítica. El motivo pues de estas palabras no es hablar del magnífico concierto del pasado jueves, sino el incidir en determinadas cuestiones que hacen verdaderamente relevante y necesaria la existencia de una propuesta como esta en la vida musical de nuestro país.

La trayectoria del grupo –doce años el próximo noviembre– con su director titular y artístico es sin duda una de las más interesantes del panorama nacional y sus actuaciones transmiten profesionalidad, un trabajo minucioso y constante y un objetivo único: la defensa de la música. Algo que parece tan obvio en principio, quizá hasta superfluo o redundante, no lo es en absoluto si pensamos en ello. El verdadero hecho musical, el propio fenómeno musical, es en muchas ocasiones víctima de las modas, del exhibicionismo, de la superficialidad o de cuestiones extramusicales. Como tantas veces decía Celibidache –de quien nadie duda ahora de su capital aportación a la interpretación musical– el sonido no tiene nada que ver con la música, sin embargo, estamos cansados de oír propuestas donde solamente el “sonido” es importante, donde la música no está o aparece de forma muy superficial. Hay que señalar que, desgraciadamente para la propia música que es la que se lleva la peor parte en estos casos, esa es la pauta que rige la interpretación musical en la actualidad, donde conceptos como “fuerza”, “potencia”, etc. se aplican demasiado alegremente y donde la rapidez en el devenir de los acontecimientos de nuestro atropellado modelo de vida actual, hacen imposible su aparición. Simplemente, no hay tiempo ni condiciones para que fluya. Pero la reflexión –al menos a mi modo de ver- es cada vez más necesaria. No basta con modelar la sonoridad, cuidar la afinación o ajustar las intervenciones, todo ello importantísimo evidentemente, sino que además se ha de “hacer la música”, un trabajo que pasa por el esfuerzo, rigor y la profesionalidad contrastada de todo el colectivo, pero que es modelado, dirigido y establecido desde el primer atril.

Todo estas cuestiones esenciales para hacer que la música se evidencie, que “simplemente” aparezca, se encuentran en la propuesta que desde hace casi doce años conduce y lidera Juan José Olives. Un grupo cohesionado –en un momento excelente– que apuesta por “hacer la música” bajo las directrices de un director que sabe buscarla, transmitirla y mostrarla. Un director que inteligentemente no renuncia al legado musical heredado, sino que bien al contrario, aplica su profundo conocimiento del fenómeno musical a la música de nuestro siglo, acercándola al auditorio, lo que no es ni mucho menos un tema baladí. Este acercamiento efectivo, tantas veces discutido como problema fundamental de la música contemporánea, lo consigue Olives también con la cuidada, reflexionada y ponderada confección de la programación de la temporada, proceso decisivo y determinante para proponer al público programas tan equilibrados y “redondos” como el citado. Incidiendo aún más en este sentido y consciente de su importancia, desde 1997 el grupo realiza una importante labor de difusión y conocimiento de la música entre la población escolar y familiar con sus conciertos pedagógicos y los Conciertos en Familia, a lo que se une la reciente vinculación con el público universitario por medio de sus actuaciones durante la temporada.

Por todas estas razones, al igual que su grupo, Olives es un director necesario, porque en los tiempos que corren, la música necesita de sus propuestas, de su manera de entenderla y transmitirla. El conjunto aragonés y su titular son un verdadero lujo para la ciudad de Zaragoza y su auditorio, donde además de la magnífica labor musical que realizan –que en ocasiones incluso se amplia a programas sinfónicos–, pasean el nombre de Aragón por los numerosos festivales internacionales donde son invitados, siempre avalados por su reconocida trayectoria y su envergadura musical. En definitiva, una propuesta de la que todos los que aún creemos en la posibilidad de hacer y escuchar “música”, debemos sentirnos afortunados.